Panamá abre las puertas a una nueva etapa en sus relaciones diplomáticas con los Estados Unidos con la llegada del nuevo embajador norteamericano, Kevin Marino Cabrera, un hijo de inmigrantes cubanos nacido en Miami, que no solo trae una visión fresca y contemporánea, sino también una carga cultural caribeña que lo acerca más a la sensibilidad latinoamericana.
Su primera salida pública fue simbólica y poderosa: visitó el histórico Café Coca-Cola en el corazón de la ciudad y recorrió las calles del Casco Antiguo, demostrando desde el inicio una clara intención de conectar con el alma del pueblo panameño. No eligió una embajada o un despacho como primer paso, eligió la calle, la historia viva, el rostro auténtico de una nación orgullosa de su identidad y de su legado. Esa decisión dice mucho de su estilo diplomático y de su intención de “tocar base” con el ciudadano común.
Pero más allá de los gestos, el momento en que llega Cabrera es clave: Panamá atraviesa una etapa delicada de reafirmación de su soberanía, especialmente en lo que respecta al Canal, a la política regional y al equilibrio entre desarrollo económico y justicia social. Frente a esas tensiones, se requiere tacto, respeto mutuo y visión estratégica.
El Embajador Cabrera tiene ahora en sus manos una oportunidad histórica: tender puentes, reforzar los lazos y construir una alianza moderna entre Panamá y Estados Unidos basada en el respeto, la cooperación, la soberanía y el beneficio mutuo. Ya no se trata de relaciones verticales ni de imposiciones, sino de forjar un nuevo modelo donde ambas naciones ganen, se entiendan y se acompañen en los desafíos del siglo XXI: migración, cambio climático, seguridad, educación y tecnología.
El pueblo panameño, que defendió su soberanía con sangre y dignidad, no quiere vasallaje ni subordinación, pero sí desea mantener relaciones firmes y respetuosas con su aliado natural, Estados Unidos. Y para eso, contar con un embajador con sensibilidad, inteligencia emocional y conocimiento del entorno latino es clave.
Bienvenido, Embajador Cabrera. Panamá no solo lo recibe con los brazos abiertos, sino también con la esperanza de construir una relación madura, estratégica y profundamente humana. Como decimos por acá: “¡Asere, vamos pa’lante!”