Vivimos tiempos de profundas contradicciones sociales. En las redes sociales, en los cafés y en las calles, es común escuchar alabanzas a Nayib Bukele por su estilo de gobierno firme, decidido y sin medias tintas. Se celebra su mano dura, se comparten sus discursos, se glorifica su imagen. Pero cuando José Raúl Mulino aplica ese mismo modelo de autoridad, de orden, de responsabilidad, entonces surge el grito de protesta. ¿Por qué?
¿No es acaso el deseo generalizado tener un líder que enfrente al desgobierno, al desorden y a los poderes ocultos que por años se han aprovechado del Estado? ¿No es lo que aclamamos cuando miramos con admiración a El Salvador? ¿O será que solo aplaudimos la firmeza cuando se da en tierra ajena?
El presidente Mulino ha comenzado su gestión con un estilo serio, austero y sin populismo barato. Ha mostrado que gobernar no es complacer, sino tomar decisiones. Y en esa toma de decisiones ha puesto el dedo en la llaga: la Asamblea, los privilegios, las botellas, el despilfarro institucionalizado. Ha demostrado que no vino a pactar con lo incorrecto, sino a corregir lo que está mal.
Entonces, ¿por qué esa doble moral?
La respuesta está en una dicotomía social que se ha vuelto peligrosa: aplaudimos al extranjero y condenamos al local. Elevamos ídolos lejanos mientras socavamos a quienes tenemos cerca. Pero Panamá no necesita mesías importados. Necesita líderes firmes, con carácter, con visión de país, y Mulino lo está demostrando con hechos, no con shows.
Lo cierto es que la mano dura no es dictadura cuando está guiada por la ley. El orden no es opresión cuando se basa en justicia. Y el silencio ante el caos no es prudencia, es complicidad. Mulino no está gobernando para aplausos, está gobernando para resultados. Y eso, en política, es más valioso que una ovación vacía.
Es tiempo de ser coherentes. Si admiramos el modelo de firmeza en otros países, no critiquemos cuando nuestro propio presidente camina con la misma convicción. Démosle el respaldo que se le da a Bukele en El Salvador. Porque si lo hace Bukele y aplaudimos, pero lo hace Mulino y protestamos… entonces el problema no está en el líder, sino en nosotros.