En los últimos años, Panamá ha sido testigo de un fenómeno preocupante: la demonización sistemática de la política y los negocios. Se ha instalado en la conciencia colectiva una peligrosa etiqueta que asocia, casi automáticamente, a todo político con la corrupción y a todo empresario que hace negocios con el Estado como un corruptor.
Esta narrativa —alentada muchas veces desde ciertos medios, redes sociales o voces populistas— ha hecho daño. Mucho daño. No solo socava la confianza en nuestras instituciones democráticas, sino que además desalienta la participación de los más preparados. ¿Qué ciudadano honesto, profesional, ético y capaz, querría entrar en la política si sabe que será linchado mediáticamente y etiquetado de corrupto antes siquiera de asumir el cargo? ¿Qué empresario serio, que ha construido su reputación con décadas de trabajo y responsabilidad, querría participar de una licitación estatal si sabe que será acusado de favorecerse del poder sin razón ni evidencia?
El resultado es evidente: hemos vaciado la política de talento y vocación, y hemos desincentivado la participación del empresariado de calidad. En su lugar, muchas veces llegan políticos improvisados, sin preparación ni visión, simplemente porque “no tenían nada que perder”, o pequeños empresarios que actúan como intermediarios de los grandes, encareciendo los costos, fallando en la ejecución de obras, y debilitando aún más la confianza ciudadana.
Es momento de hacer un alto. De volver a pensar con madurez y responsabilidad. No se trata de negar que hay corrupción —porque la hay y debe ser combatida con fuerza—, pero no podemos seguir generalizando. Hay políticos íntegros, que trabajan día a día con honestidad, muchas veces en silencio. Hay empresarios responsables que han apostado por el país, que generan empleo y que cumplen la ley.
Como medio de comunicación, desde Panamá Noticias Network (PNN), hacemos un llamado a la conciencia nacional: dejemos de etiquetar a todos por los errores de algunos. La generalización injusta destruye lo poco bueno que nos queda y bloquea el surgimiento de lo que podría venir.
Necesitamos volver a confiar. A construir. A distinguir entre la crítica legítima y la difamación interesada. Y como medios, también debemos preguntarnos: ¿estamos informando con objetividad o estamos buscando escándalo por el rating? ¿Estamos aportando al país o alimentando el cinismo colectivo?
La buena política necesita buenos políticos. El desarrollo del país necesita empresarios comprometidos. Y ambos, necesitan de una ciudadanía que piense, que exija, pero también que reconozca lo que está bien hecho.
No todos los políticos son corruptos. Ni todos los empresarios corruptores. Volvamos a ver al país con ojos de esperanza. De lo contrario, lo que estamos matando no es la reputación de unos cuantos, sino el futuro de todos.