La historia reciente de Panamá se está escribiendo con tinta amarga y cicatrices profundas. Lo que comenzó como un derecho legítimo a la protesta ha mutado en un movimiento descontrolado, sin brújula moral ni conciencia patriótica. Hoy, el país presencia una triste paradoja: protestamos por el futuro mientras destruimos el presente. Protestamos por los árboles mientras talamos los más antiguos. Protestamos por justicia, mientras cometemos abusos.
En Darién, un pulmón verde de la nación, árboles de más de 100 años están siendo derribados —no por las multinacionales, no por las excavadoras de la minería— sino por los propios manifestantes que dicen luchar por la naturaleza. Una contradicción brutal y dolorosa. La caricatura que acompaña este editorial lo resume a la perfección: un país que, en nombre de causas justas, cae en actos injustificables.
Cerrar calles, incendiar bienes públicos y afectar a quienes viven del día a día no es activismo; es vandalismo con disfraz ideológico. ¿Qué hemos ganado como nación al cerrar el acceso a hospitales? ¿Qué ha resuelto el interrumpir el paso de ambulancias, turistas y trabajadores? ¿A quién estamos castigando realmente, sino a nosotros mismos?
La economía nacional está en terapia intensiva. Cada día de cierre y bloqueo suma millones en pérdidas, frena inversiones, espanta el turismo y acorrala a las pequeñas y medianas empresas. Estamos, literalmente, cavando nuestra tumba económica con palas de ideología y fanatismo.
Mientras tanto, el Gobierno del presidente José Raúl Mulino ha optado por el camino más sensato: el de la firmeza sin violencia, el del diálogo sin caer en chantajes. Desde el Palacio de las Garzas se ha enviado un mensaje claro: la institucionalidad se respeta, el orden se mantiene y el país no será rehén de agendas ocultas ni liderazgos destructivos.
El derecho a protestar es sagrado, pero también lo es el derecho a vivir en paz, a trabajar, a educarse y a circular libremente. Ya es hora de que los verdaderos líderes sociales recuperen el control de la narrativa y se deslinden de los radicales que solo buscan caos.
Panamá necesita reconstruirse desde la verdad, la coherencia y la esperanza. Protestar sí, pero sin destruir. Luchar sí, pero sin herir al pueblo que se quiere defender. Porque si seguimos por este camino, la próxima protesta será por comida, por empleo… o por sobrevivir en un país que arruinamos con nuestras propias manos.
Redacción PNN
Con verdad. Con patria. Con propósito.