Desde que asumió como Contralor General de la República, Anel Bolo Flores ha mostrado una postura clara, firme y valiente frente a uno de los problemas estructurales que más ha deteriorado la credibilidad de nuestras instituciones: las botellas. Es decir, esa figura impune y descarada de personas que cobran sin trabajar, alojadas cómodamente en planillas públicas mientras el país exige transparencia y resultados.
Su anuncio reciente de «romper las botellas en la Asamblea Nacional» ha encendido alarmas. No por parte de la ciudadanía, que lo aplaude, sino por parte de un antiguo orden político encriptado dentro del Legislativo, que ha hecho de estas prácticas su forma de supervivencia y de negociación. Y ahora, como era de esperarse, los ataques comienzan a brotar desde las redes sociales, como parte de una estrategia sistemática para desgastarlo, desacreditarlo y, si es posible, detenerlo.
Pero el pueblo no es ingenuo.
Los ataques contra Bolo no son espontáneos ni sinceros. Son parte de una campaña diseñada por quienes se sienten amenazados ante el cambio, por quienes se benefician de un sistema clientelista que premia la lealtad política sobre la eficiencia, y por empresarios que han hecho fortuna en la opacidad, y que no están interesados en que la Contraloría se vuelva un ente vigilante, proactivo y cercano a la ciudadanía.
Y es que romper las botellas tiene su costo. Porque tocar privilegios enquistados en las instituciones del Estado siempre tendrá consecuencias. Pero como bien lo dijo el propio Bolo Flores:
“El que cobre y no trabaje, que se prepare. Ya no hay escondite”.
Esta frase ha sido más que una advertencia: es una declaración de guerra a los vicios del pasado.
Como país, estamos en un momento bisagra: o seguimos tolerando que los recursos del Estado sigan drenándose a manos de intereses oscuros, o respaldamos a los que se atreven a cambiar las reglas, aunque eso implique enfrentar campañas de desprestigio y amenazas políticas.
La lucha de Anel Bolo Flores no es una cruzada personal. Es una lucha institucional, moral y patriótica. Los ataques en redes, memes fabricados y desinformación son parte del precio de querer adecentar el sistema. Quienes hoy lo señalan, deberían más bien estar rindiendo cuentas.
Por eso, como sociedad debemos cerrar filas ante el intento de minar la credibilidad de un funcionario que ha optado por la incomodidad del deber, en lugar de la comodidad del silencio.
Panamá necesita más Bolos Flores. Y menos botellas.