«Cada mañana era un nuevo despertar de la conciencia, mi madre estaba ahí, pero ella no sabía que era mi mamá.» Aldo López Tirone.
El Alzheimer es una de las enfermedades más crueles que existen. No solo destruye la memoria, sino que arrebata la identidad, la dignidad y el alma de quienes lo padecen. Y lo peor de todo es que no lo hace de golpe, sino con una lentitud despiadada, como un ladrón que se lleva, uno por uno, los recuerdos, los gestos y las palabras hasta dejarnos frente a un ser querido que, aunque sigue respirando, ya no está.
Fui testigo de ese robo silencioso con mi madre. La mujer fuerte, amorosa y luchadora que me crió, poco a poco se convirtió en alguien que ya no reconocía su propio reflejo, que me miraba con extrañeza y que, en ocasiones, me preguntaba con desconcierto quién era yo. No hay forma de describir la sensación de mirar a los ojos a la persona que te dio la vida y darte cuenta de que su mente ya no puede encontrarte en su historia.
Al principio, todo parecía ser solo un simple olvido. Una llave perdida, una conversación repetida, un nombre que tardaba en recordar. Pero luego, esos pequeños olvidos se convirtieron en lagunas que se tragaban los recuerdos más preciados. Pasaron de ser distracciones a convertirse en desorientación, y de ahí al miedo. Un miedo que vi en los ojos de mi madre cuando, de repente, el mundo a su alrededor dejó de tener sentido.
Los días se hicieron más difíciles. La confusión se transformó en frustración, y luego en enojo. Mi madre, que alguna vez fue paciente y amorosa, a veces tenía momentos de ira, de ansiedad, de llanto sin razón aparente. Sus manos, que tantas veces me acariciaron de niño, ahora temblaban con incertidumbre. Y yo, impotente, solo podía sostenerlas y decirle que todo estaba bien, aunque dentro de mí supiera que nada lo estaba.
Cuidar de un ser querido con Alzheimer es un acto de amor y sacrificio. Es ver cómo alguien a quien amas se apaga lentamente, sin poder hacer nada para detenerlo. Es vivir en un duelo constante, porque, aunque físicamente siguen ahí, su esencia se desvanece un poco más cada día. Es despertarte con la esperanza de que, por un instante, te reconozca, te llame por tu nombre o te sonría con la complicidad de siempre. Y es aprender a valorar esos pequeños destellos de lucidez como los más grandes regalos de la vida.
El Alzheimer no solo roba recuerdos, también destruye familias, agota emociones y consume energías. Es una batalla diaria, en la que los cuidadores se convierten en héroes invisibles que enfrentan el dolor sin tregua. Pero incluso en medio del sufrimiento, aprendemos que el amor va más allá de la memoria. Porque, aunque mi madre dejó de reconocerme, yo nunca dejé de reconocerla a ella.
Hoy, su ausencia es un vacío que jamás podré llenar. Pero en cada gesto de cariño que me dio, en cada enseñanza que dejó en mí, en cada sacrificio que hizo por mí, sigue viva. Y aunque el Alzheimer me la haya arrebatado poco a poco, hay algo que nunca podrá borrar: el amor incondicional que nos unió hasta el final.
En Memoria de Esterina Tirone Stabile de López, Fundadora de Productos La Doña, una mujer como ninguna luchadora incansable, trabajadora, madre abnegada y de Millones de familias que se enfrentan a esta terrible enfermedad.