La reciente votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas para incorporar a Palestina como miembro pleno ha puesto de manifiesto las profundas divisiones geopolíticas que persisten en torno al conflicto en Medio Oriente. Lejos de ser un asunto regional, la crisis entre Israel y Palestina ha demostrado su capacidad para fracturar alianzas y poner en jaque la unidad de bloques regionales y organismos internacionales.
La votación, que resultó en 143 votos a favor, 9 en contra y 25 abstenciones, reveló grietas significativas en América Latina y Europa. Mientras países como Bolivia, Brasil, Chile y México respaldaron la membresía palestina, Argentina votó en contra, y Paraguay se abstuvo, quebrando la unidad del Mercosur.
En Europa, la división fue aún más evidente. Naciones como España, Francia y Grecia apoyaron a Palestina, mientras que Alemania, Italia y el Reino Unido optaron por abstenerse, fracturando la posición de la Unión Europea.
Estas fracturas no son casuales. Reflejan las distintas percepciones y agendas nacionales en torno al conflicto en Medio Oriente. Mientras algunos gobiernos condenan enérgicamente la estrategia militar de Israel, otros la defienden como un acto de legítima defensa contra el terrorismo.
Más allá de las posturas ideológicas, la votación puso en evidencia el peso que tienen los intereses geopolíticos y las presiones domésticas en la toma de decisiones de los Estados. Incluso dentro de bloques supuestamente cohesionados, prevaleció la fragmentación.
Si bien la resolución fue remitida al Consejo de Seguridad, donde enfrenta el veto de Estados Unidos, el episodio ha dejado al descubierto las cicatrices abiertas que el conflicto palestino-israelí sigue causando en el tablero global. Una crisis que, lejos de ser un asunto regional, se ha convertido en un catalizador de divisiones y realineamientos en todo el mundo.