En los últimos meses, el llamado Power Slap –donde dos personas se enfrentan a bofetadas brutales en un escenario, hasta que una no pueda más– ha ganado una preocupante popularidad. Lo venden como entretenimiento y “deporte de contacto”, pero en realidad es una bomba de tiempo para la salud de quienes participan… y hasta para quienes lo consumen como espectáculo.
Este “juego” no tiene la estrategia ni el control de disciplinas como el boxeo o las artes marciales mixtas. Aquí no hay defensa: solo cabezazos involuntarios, sacudidas violentas del cuello y golpes directos al cerebro. Cada cachetada equivale a un impacto severo en la cabeza. Estudios médicos han demostrado que estos movimientos bruscos pueden provocar conmociones cerebrales, microhemorragias, pérdida de memoria, daño neurológico irreversible e incluso la muerte súbita.
Los videos virales muestran cómo los participantes quedan inconscientes, convulsionan o se desploman sin reacción, mientras el público aplaude. Detrás de esa “diversión” hay vidas en riesgo y cerebros que jamás volverán a ser los mismos.
Expertos en neurología y medicina deportiva advierten que no existe forma segura de practicar el Power Slap: cada golpe implica el riesgo de lesiones cerebrales acumulativas, como la encefalopatía traumática crónica (ETC), la misma enfermedad que ha destruido la vida de tantos exjugadores de fútbol americano y boxeadores. Y lo más alarmante: muchos participantes no cuentan con chequeos médicos, protocolos de seguridad ni protección alguna.
¿Vale la pena la fama de unos segundos en redes sociales a cambio de quedar inválido o perder la vida? El Power Slap no es un deporte: es una ruleta rusa con tu cerebro.
La sociedad debe cuestionarse hasta dónde estamos dispuestos a llegar por entretenimiento. Si no se regula o prohíbe, podríamos estar frente a una nueva ola de tragedias anunciadas.
¿De verdad queremos aplaudir mientras alguien arriesga su vida con cada bofetada?
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