Una victoria llena de rumores, amnesia política y alianzas contranatura

Una victoria llena de rumores, amnesia política y alianzas contranatura

La elección del nuevo presidente de la Asamblea Nacional el 1 de julio no solo dejó sorpresas y traiciones; también dejó ver la desesperación de un grupo de actores políticos que, sin un proyecto común, decidieron unirse para frenar lo inevitable: la consolidación de un gobierno que avanza con determinación.

Dicen que ganaron, que “recuperaron” la Asamblea. Pero lo que en realidad vimos fue una amalgama de intereses personales disfrazados de victoria democrática. Porque cuando los enemigos de toda la vida se abrazan de la noche a la mañana, la sospecha no es opcional: es lógica.

Una victoria por dos votos… ¿y a qué costo?

Tras bastidores, se habla de llamadas de última hora, presiones indebidas y hasta ofertas tentadoras que lograron quebrar bancadas enteras. El rumor más fuerte: el regreso político, soterrado pero activo, de Juan Carlos Varela, expresidente cuyo legado aún levanta cejas y cuyo estilo de gobernar fue, cuanto menos, cuestionado. Se dice que su mano movió los hilos en la sombra con una sola intención: comenzar a construir una posible candidatura para el 2029. ¿Será?

Lo cierto es que a este barco se subieron todos: Juan Diego Vásquez, quien toda su carrera ha denunciado a la clase política tradicional, terminó cediendo la candidatura de su bancada para apoyar a alguien promovido por quienes ha calificado de corruptos.

También se subieron Martín Torrijos y Ricardo Lombana, quienes hasta hace poco protagonizaban feroces debates en campaña, acusándose mutuamente de lo peor. Y sin embargo, ahí están, hombro a hombro, como si la coherencia no fuera una exigencia en política, sino una camisa que se cambia según convenga.

Alianzas sin alma, sin rumbo y sin pueblo

La verdad es que lo que vimos no fue una coalición política; fue un «junta que te doy pa’ que me des». No hubo propuesta de país, ni hoja de ruta, ni valores comunes. Hubo solo un objetivo: evitar que Realizando Metas presidiera el Legislativo. Pero no por principios, sino por cálculos. Una victoria por acumulación de egos heridos, no por visión nacional.

¿Y los ciudadanos? Bien, gracias…

Los Ganadores del Momento

En la historia política de Panamá, pocas veces se ha visto una mezcla tan particular de aliados improbables como la que se formó el pasado 1 de julio en la Asamblea Nacional. Lo que a simple vista fue una victoria circunstancial —por apenas dos votos de diferencia—, en realidad destapó un nuevo capítulo de la política panameña: el retorno de los viejos actores bajo una nueva careta.

Esta segunda parte del editorial no está dedicada al Gobierno, sino a quienes hoy celebran con entusiasmo una victoria legislativa, pero que mañana podrían enfrentarse al peso de sus propias contradicciones.

Sí, ganaron la Presidencia de la Asamblea. Pero ¿a qué costo?

Un triunfo cocinado a fuego cruzado

Se dice —y con fuerza en los pasillos políticos— que el expresidente Juan Carlos Varela movió sus hilos e influencias para lograr que su candidato resultara electo, en un claro intento por reagrupar fuerzas para una eventual candidatura presidencial en 2029. El mismo Varela que en su gobierno terminó acorralado por la opinión pública, por la Fiscalía y por sus propias decisiones, hoy resurge entre sombras, como un viejo titiritero que nunca soltó los hilos.

Lo curioso es que este triunfo legislativo no fue una alianza ideológica ni programática, sino una jugada desesperada por evitar que el oficialismo consolidara el poder institucional. Una coalición de intereses diversos, incluso antagónicos, que no comparten nada más que el deseo de impedirle al Gobierno avanzar con su proyecto de país.

De enemigos a compañeros de boleta momentánea

Juan Diego Vásquez, líder de la bancada de Vamos —la más numerosa—, declinó la aspiración natural de su grupo a presidir la Asamblea para sumar su apoyo a una figura impulsada, según sus propias palabras de campaña, por «la corrupción tradicional panameña». ¿Qué cambió? ¿Dónde quedó la coherencia? Hoy comparte bancada y dirección legislativa con quienes él mismo acusó durante años de ser parte del problema.

También se unieron al baile los excandidatos presidenciales Martín Torrijos y Ricardo Lombana, quienes en campaña se enfrentaron ferozmente, incluso insultándose de forma directa. Hoy, sin rubor alguno, comparten una misma causa, abandonando toda congruencia con lo que vendieron al electorado hace apenas dos meses.

Pero quizás la pieza final del rompecabezas fue otro expresidente que no se menciona mucho en los medios: Laurentino “Nito” Cortizo, o más bien su entorno político aún vigente, quien habría operado en silencio para conseguir la fisura dentro de la bancada de Cambio Democrático (CD), logrando que al menos cinco diputados cambiaran su voto a último minuto. ¿Traición? ¿Negociación? ¿Presión? El tiempo lo dirá, pero lo cierto es que las lealtades se negociaron como mercancía barata.

Una victoria sin alma ni plan

Esta amalgama de fuerzas —contradictorias en esencia— logró un resultado: poner un presidente de Asamblea. Pero no lograron construir un proyecto, una visión ni una agenda común. Hoy están unidos por la coyuntura, no por las ideas. Y eso, en política, dura lo que tarda un café en enfriarse.

Mientras tanto, el presidente José Raúl Mulino sigue gobernando sin deudas políticas nuevas, liberado de la narrativa de que su mandato es una extensión del expresidente Ricardo Martinelli. Hoy, Mulino está más solo, sí… pero más libre. Y esa libertad —en manos de un presidente decidido— es mucho más poderosa que un puñado de votos prestados por oportunismo.

El Legislativo podrá tener nuevos rostros en la directiva, pero el poder real sigue estando en la agenda que se ejecuta, no en el puesto que se ocupa. Y esa agenda, hoy por hoy, la está liderando el Ejecutivo con paso firme.

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