Hoy, Panamá se detiene. A 36 años de la invasión militar de 1989, el país conmemora el Día de Duelo Nacional, una fecha dedicada a honrar la memoria de los cientos de panameños que perdieron la vida en una noche donde el estruendo de la artillería cambió para siempre nuestra historia.
Panamá despertó en llamas,
cuando la noche fue rota por el estruendo,
cuando el cielo se volvió fuego
y la tierra, tumba abierta.
No fue la guerra del pueblo,
fue la metralla cayendo sin nombre,
fue el llanto sin idioma,
fue la infancia herida antes de crecer.
El Chorrillo ardía como un grito,
casas humildes hechas ceniza,
sueños sencillos pulverizados
bajo botas que no conocían su historia.
Madres buscando hijos entre escombros,
padres cayendo sin despedida,
ancianos rezando en silencio
mientras el plomo dictaba sentencia.
No eran soldados,
eran panameños.
Eran panameños con nombre,
con fe, con familia, con futuro.
La noche del 20 de diciembre
no fue solo invasión,
fue dolor sembrado en la memoria,
fue sangre inocente pagando decisiones ajenas.
Pero no los vencieron.
Porque el mártir no muere,
se convierte en raíz,
en bandera invisible que sostiene la nación.
Hoy Panamá los nombra en voz baja,
pero con el corazón en alto.
Los honra no con odio,
sino con memoria.
Que nunca el olvido sea cómplice,
que nunca la historia se escriba sin ellos,
que cada 20 de diciembre
el silencio diga sus nombres.
Porque cayeron sin armas,
pero con dignidad.
Porque murieron panameños,
y por eso… viven eternos.
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