En los últimos días, se ha intentado sembrar una narrativa equivocada sobre las jubilaciones de los miembros de la Policía Nacional, calificándolas de “especiales” o “privilegiadas”. Pero la verdad, como explicó el director general Jaime Fernández, es muy distinta: no se trata de un beneficio extraordinario, sino del justo reconocimiento a tres décadas de entrega, sacrificio y riesgo constante.
Desde el gobierno de Ernesto Pérez Balladares se estableció que los uniformados pueden jubilarse tras 30 años continuos de servicio. Y no es casualidad. La labor policial no se compara con ningún otro trabajo del Estado ni del sector privado. En promedio, un agente cumple 290 horas de servicio al mes, con horarios irregulares, turnos nocturnos, fines de semana sin descanso y la constante posibilidad de enfrentarse a situaciones que ponen en riesgo su vida.
Fernández lo explicó con claridad: si los policías trabajaran bajo un régimen ordinario, como cualquier otro funcionario público, el Estado tendría que destinar 91 millones de dólares adicionales al año para compensar las horas y condiciones especiales que hoy no se contabilizan de forma convencional. Este dato desmonta el mito del “privilegio” y revela una realidad de sacrificio silencioso.
Cada policía jubilado representa 30 años de patrullajes bajo la lluvia, madrugadas sin ver a sus hijos, guardias en fechas festivas y enfrentamientos con el crimen para que el resto de los ciudadanos pueda vivir en paz. No se jubilan de un escritorio, se jubilan de una vida de servicio y riesgo.
Hablar de jubilaciones policiales no es hablar de dinero, sino de humanidad. De premiar la lealtad a un uniforme que no se quita cuando termina el turno. De reconocer que detrás de cada agente hay una familia que también ha hecho sacrificios.
Por eso, más que criticar, Panamá debe agradecer. Porque los hombres y mujeres que integran la Policía Nacional han sido, durante 30 años, el escudo invisible que protege nuestras calles, nuestros hogares y nuestros sueños.
Al final, jubilarse tras tres décadas de servicio no es un privilegio. Es el merecido descanso de quienes han vivido toda una vida cuidando la nuestra.