En los últimos días, la decisión del Gobierno Nacional de invertir 7 millones de dólares en la restauración de la Villa Diplomática ha despertado una intensa polémica. Algunos sectores la han calificado como innecesaria o inoportuna, alegando que hay otras prioridades sociales. Sin embargo, más allá del ruido político y del uso mediático de la crítica fácil, es importante detenernos a reflexionar sobre lo que realmente está en juego: la preservación de nuestra historia y la proyección de Panamá hacia una nueva era de crecimiento y dignidad institucional.
La Villa Diplomática no es un capricho ni un lujo. Es un símbolo histórico y cultural que forma parte del patrimonio nacional. Construida hace más de un siglo, fue residencia de altos oficiales del Comando Sur durante la época de la Zona del Canal, y representa uno de los pocos vestigios arquitectónicos de ese período que aún se conservan en pie. Dejarla deteriorarse sería, simple y llanamente, renunciar a una parte esencial de nuestra memoria.
Restaurarla no es gastar, es invertir en identidad y futuro. Los países que valoran su historia son los que más lejos llegan. Cada ladrillo recuperado de la Villa Diplomática contará una historia de soberanía, de independencia y de orgullo nacional. Además, la rehabilitación de esta joya arquitectónica permitirá que Panamá cuente con una sede oficial de protocolo y diplomacia moderna, digna de recibir a jefes de Estado, delegaciones y eventos internacionales sin tener que recurrir al alquiler de espacios privados. En otras palabras, se trata de una inversión que se recupera en prestigio, en eficiencia y en ahorro a largo plazo.
Pero hay más. La Villa Diplomática también puede convertirse en un punto de encuentro para el turismo cultural y educativo. Su recuperación abrirá las puertas a nuevos circuitos históricos que complementen la oferta de sitios como el Casco Antiguo, el Cerro Ancón o el Canal de Panamá. A la vez, revitalizará la zona de Quarry Heights, mejorando el entorno urbano y ambiental de un espacio con enorme valor paisajístico.
En tiempos donde la polarización política amenaza con nublar la visión de país, debemos ser capaces de distinguir entre la politiquería y las decisiones de Estado. Restaurar la Villa Diplomática no es un acto de despilfarro: es una afirmación de soberanía cultural y un compromiso con las futuras generaciones. Dejarla caer sería un error histórico; rescatarla, en cambio, es un gesto de respeto a quienes construyeron la nación que hoy disfrutamos.
El presidente José Raúl Mulino ha sido claro: los fondos provendrán de ahorros generados por la eliminación de gastos innecesarios y contratos superfluos. Si esto es así, Panamá no solo recuperará un edificio, sino también la confianza en que el dinero público puede destinarse a causas que trascienden el presente.
Por eso, hoy más que nunca, es necesario dejar la politiquería al margen y ponernos del lado de la historia.
La Villa Diplomática debe salvarse. Porque cuando un país cuida su pasado, también está asegurando su futuro.