“¡Bienvenidos a bordo!”, saluda un tripulante con un chaleco salvavidas en la mano a más de cien pasajeros en un ferri antes de zarpar con rumbo a la isla de Robben, la famosa cárcel que atormentó a Nelson Mandela.
Se trata del catamarán Krotoa, fondeado en un muelle del Victoria & Albert Waterfront, el concurrido paseo marítimo de la siempre deslumbrante Ciudad del Cabo, en el suroeste de Sudáfrica.
El Krotoa es uno de los barcos que los turistas toman a diario para alcanzar la isla con permiso del Atlántico, intratable si toca mal tiempo en estas aguas próximas al Cabo de Buena Esperanza.
La travesía, de media hora, constituye una emocionante singladura entre cargueros fondeados en la lejanía que permite echar la vista atrás y deleitarse con la presencia de la imponente Montaña de la Mesa, eterno custodio de Ciudad del Cabo.
Durante el trayecto, las cámaras fotográficas de los pasajeros zumban sin cesar (¡Clic, clic, clic!) para inmortalizar paisajes de ensueño.
El catamarán atraca, por fin, en el puerto de la isla de Robben, que en neerlandés significa “isla de las focas” por los mamíferos pinnípedos que antaño habitaron esta ínsula de apenas cinco kilómetros cuadrados, tan hermosa como infame.
Tras el desembarco, los excursionistas suben expectantes a un autobús bajo las gaviotas que sobrevuelan el puerto.