En las ruinas de la central nuclear de Chernóbil, un visitante inesperado ha captado la atención de científicos y astrobiólogos: el moho negro. Este hongo, aparentemente capaz de prosperar en uno de los entornos más radiactivos del planeta, ha demostrado poseer propiedades sorprendentes que podrían revolucionar la forma en que entendemos la vida en la Tierra y cómo protegemos a los astronautas en el espacio.
En 1997, la investigadora Nelli Zhdanova descubrió colonias de moho negro creciendo en el interior del reactor nuclear destruido. Lo que inicialmente se consideró una anomalía pronto reveló un fenómeno intrigante: los hongos parecían crecer hacia las fuentes de radiación, un comportamiento que Zhdanova denominó «radiotropismo». Este descubrimiento desafió la noción convencional de que la radiación es inherentemente perjudicial para la vida.
La clave de esta resistencia, y quizás incluso de la atracción hacia la radiación, reside en la melanina, el pigmento que da color oscuro al moho. Al igual que la melanina protege la piel humana de la radiación ultravioleta, se cree que en los hongos actúa como un escudo contra la radiación ionizante. Pero la melanina no solo protege, sino que también podría permitir a los hongos aprovechar la energía de la radiación para su propio crecimiento. Esta hipótesis, denominada «radiosíntesis», sugiere que los hongos podrían estar utilizando la radiación como una fuente de alimento, de manera similar a como las plantas utilizan la luz solar en la fotosíntesis.
Si bien la radiosíntesis aún necesita ser confirmada mediante la identificación del mecanismo preciso que permite la conversión de la radiación en energía utilizable, las implicaciones de este descubrimiento son enormes. Podría significar una nueva base para la vida en la Tierra, una que prospera gracias a la radiación en lugar de la luz solar.
Más allá de Chernóbil, el moho negro ha despertado el interés de la NASA. La radiación cósmica galáctica representa un peligro significativo para los astronautas en misiones espaciales de larga duración. Los materiales tradicionales de protección contra la radiación, como el agua o el plástico de polietileno, son pesados y costosos de transportar al espacio. La posibilidad de utilizar hongos melanizados como escudo protector ofrece una alternativa prometedora.
Experimentos realizados en la Estación Espacial Internacional han demostrado que el Cladosporium sphaerospermum, una cepa de moho negro encontrada en Chernóbil, crece incluso mejor en el espacio que en la Tierra. Además, se observó que una fina capa de este hongo era capaz de bloquear una cantidad significativa de radiación.
La idea de cultivar «micoarquitectura» en la Luna o Marte, utilizando hongos para construir hábitats y escudos de radiación autorregenerativos, podría revolucionar la exploración espacial. Esta solución no solo reduciría los costos de lanzamiento, sino que también proporcionaría una protección eficaz contra la radiación cósmica, allanando el camino para la colonización de otros planetas.
El moho negro de Chernóbil, un organismo que alguna vez se consideró una consecuencia del desastre nuclear, se ha convertido en un símbolo de esperanza y resiliencia. Su capacidad para prosperar en un entorno hostil y su potencial para protegernos de la radiación en el espacio abren nuevas perspectivas para la ciencia y la exploración. Quizás, en el futuro, este hongo inesperado nos ayude a dar nuestros primeros pasos en nuevos mundos.
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