En un Estadio Cuscatlán lleno hasta la bandera, Panamá volvió a hacer historia. Con garra, talento y una mentalidad de hierro, la selección canalera se impuso a El Salvador en un duelo cargado de emociones, tensión y orgullo nacional, dejando claro —una vez más— por qué hoy por hoy es el mejor equipo de la región.
Aunque los titulares de la prensa salvadoreña intentan justificar la derrota apuntando al arbitraje, lo cierto es que sobre el césped la diferencia fue evidente: Panamá jugó con criterio, control y una estrategia superior. Dominó los tiempos, manejó la pelota con precisión quirúrgica y supo golpear en los momentos claves.
El gol panameño no solo encendió la euforia en las gradas, sino que reflejó el trabajo, la disciplina y la evolución futbolística de una selección que ya no compite: impone respeto. Mientras algunos intentan minimizar el triunfo, los números, la entrega y el resultado hablan por sí solos.
El conjunto dirigido por Christiansen mostró jerarquía y madurez. No se dejó intimidar por el ambiente hostil ni por las decisiones arbitrales discutibles. En cada balón dividido, en cada recuperación, se sintió el temple del equipo que sabe lo que quiere: el boleto al Mundial.
Hoy, Panamá celebra con orgullo un triunfo merecido, trabajado y lleno de corazón. Y aunque a algunos no les guste reconocerlo, la Roja Centroamericana se ha convertido en la referencia del fútbol en la región.
Porque en la cancha, no hay debate posible: Panamá ganó, convenció y dejó claro que está un paso por delante.