Panamá lo volvió a hacer. En una noche cargada de nervios, banderas y corazón en el Estadio Rommel Fernández, la Selección Mayor escribió una nueva página dorada en la historia del fútbol nacional al conseguir su clasificación a la Copa Mundial de la FIFA 2026 con una contundente victoria ante El Salvador por 3 goles a 0.
El coloso de Juan Díaz fue, desde horas antes del pitazo inicial, un hervidero de esperanza. Miles de aficionados vestidos de rojo, blanco y azul, con tambores, banderas y gargantas listas para dejarlo todo, convirtieron el Rommel en un auténtico fortín. Desde el calentamiento, cada pase y cada disparo fueron acompañados por un rugido ensordecedor: Panamá estaba decidida a que esta noche no se le escapara.
En la cancha, el equipo de Thomas Christiansen mostró exactamente lo que había prometido durante toda la Eliminatoria: orden, carácter y personalidad. Sin caer en la desesperación y conscientes de lo que estaba en juego, los jugadores llevaron el peso del partido, abriendo la cancha, buscando sociedades y aprovechando la velocidad por las bandas.
Los goles no fueron solo anotaciones: fueron el estallido de años de trabajo, el desahogo de una generación que se negó a vivir de los recuerdos de Rusia 2018 y decidió construir su propia historia. Cada balón dividido, cada cierre defensivo y cada atajada del guardameta fueron una declaración de principios: este equipo venía a clasificar, no a esperar resultados ajenos.
Mientras tanto, en las gradas, el famoso “jugador número 12” hizo su trabajo a la perfección. El Rommel nunca se cayó. Cuando el partido pedía calma, la afición respondió con cánticos. Cuando el equipo apretó el acelerador, el estadio se convirtió en un solo grito de guerra: “¡Sí se puede, Panamá!”
El cierre de la Eliminatoria fue la culminación de un camino que no estuvo exento de dificultades: empates sufridos, partidos trabados, visitas complicadas y rivales que también soñaban con el Mundial. Pero Panamá supo levantarse de los tropiezos, ajustar lo necesario y llegar al tramo final con madurez competitiva.
La figura de Thomas Christiansen sale reivindicada. Apostó por consolidar un grupo, por darle continuidad a una base de jugadores y por sumar juventud con experiencia. Hoy, esa mezcla encuentra su recompensa en el logro máximo al que aspira cualquier selección: un boleto mundialista.
Para los veteranos del equipo, esta clasificación sabe a revancha y a legado. Para los más jóvenes, es el comienzo de un sueño que los marcará para siempre. Para todo el país, es la confirmación de que Panamá ya no es un invitado sorpresa en la élite regional, sino un protagonista que compite, sueña y logra.
Las calles se tiñen de rojo, los autos tocan bocina, las redes sociales explotan y el país entero se une en un mismo sentimiento: orgullo. Orgullo por un equipo que dejó el alma, por un cuerpo técnico que creyó, y por una afición que jamás abandonó.
Panamá estará en el Mundial 2026.
Y esta vez, llega con algo muy claro:
no va solo a participar… va a competir.
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