Violencia en Independiente vs U. de Chile: Guerra de Barras Bravas y Fallo de Seguridad

Violencia en Independiente vs U. de Chile: Guerra de Barras Bravas y Fallo de Seguridad

Los incidentes ocurridos en el partido entre Independiente y Universidad de Chile por la Copa Sudamericana han desatado una ola de indignación y preocupación en el mundo del fútbol. Más allá de la barbarie visible en las imágenes que circularon por todo el mundo, existe una compleja trama de luchas internas en la barra brava de Independiente que, según diversas fuentes, fue un factor determinante en el desencadenamiento de la violencia. Este artículo explora la historia detrás de los incidentes, la guerra en la barra roja y el cántico que encendió la mecha de la barbarie.

El fallido operativo de seguridad es el primer punto a destacar. La falta de pulmones y barreras de contención en la tribuna Sur alta, destinada a la barra de la Universidad de Chile, considerada una de las más peligrosas del país, fue una negligencia imperdonable. La inacción ante el lanzamiento de proyectiles desde la tribuna visitante y la tardía autorización para el ingreso de la Infantería agravaron la situación. Pero el punto más crítico fue la falta de previsión, o la vista gorda, ante el salto de la barra oficial a la zona de las piletas para ingresar a la tribuna visitante.

Para comprender la magnitud de lo sucedido, es crucial entender la interna de la barra brava de Independiente. La barra oficial, liderada por Juan Ignacio Leczniki y Mario Nadalich, cuenta con el apoyo de la dirigencia del club y de las autoridades policiales y políticas de la zona. Esta facción, autodenominada «Los Dueños de Avellaneda», ocupa la cabecera Norte del estadio. En contraposición, la barra disidente, liderada por David y Emanuel Escubilla, se ubica en la Sur baja y busca arrebatar el poder a la facción oficial.

La noche del partido, la barra disidente fue la principal receptora de los proyectiles lanzados desde la tribuna de la Universidad de Chile. Ante esta situación, intentaron ingresar a la tribuna visitante para responder a la agresión, pero fueron repelidos por la Policía. Fue entonces cuando comenzaron a entonar cánticos contra la barra oficial, acusándolos de no tener vergüenza y de alentar por dinero. Estos cánticos se extendieron por todo el estadio, generando una presión insoportable sobre la barra oficial.

Ante el temor de perder su credibilidad y el apoyo de las autoridades, la barra oficial tomó la decisión de atacar. Tras evaluar la situación, decidieron enviar un grupo por la salida habitual para distraer a la Infantería, mientras que otro grupo, integrado por unos 60 miembros, saltaría por la zona de las piletas e ingresaría a la tribuna visitante. El plan se ejecutó con éxito gracias a la complicidad de los guardias de seguridad privada, quienes permitieron el acceso de los barras a la tribuna.

El resultado fue una escena dantesca de violencia que dejó a varios hinchas chilenos hospitalizados, algunos de ellos con pronóstico reservado. La impunidad fue tal que, mientras los hinchas chilenos eran detenidos, los barras oficiales de Independiente se retiraron del estadio sin ser molestados. Incluso se tomaron el tiempo de despojar de sus ropas a algunos hinchas y colgarlas en las barandas, mientras grababan videos para viralizarlos en las redes sociales.

Las consecuencias de estos incidentes ya se están haciendo sentir. La barra disidente, que había sido marginada y reprimida, ahora ve una oportunidad para desafiar el poder de la barra oficial. La cúpula de la barra oficial ha perdido la protección política y policial, y se espera una ola de detenciones y la aplicación del derecho de admisión para sus miembros. Judicialmente, el caso está siendo investigado por el fiscal Mariano Zitto, quien podría cambiar la carátula a «tentativa de homicidio», lo que implicaría penas de prisión efectiva.

Los incidentes en Independiente-Universidad de Chile son un claro ejemplo de la violencia que se vive en el fútbol argentino y de la compleja relación entre las barras bravas, la dirigencia de los clubes y las autoridades. La lucha por el poder en la barra de Independiente, sumada a un operativo de seguridad fallido, fue la combinación perfecta para desatar una tragedia que pudo haber tenido consecuencias aún peores.

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