Irán ha desatado nuevamente tensiones en la región al bombardear el norte de Irak y Siria con misiles balísticos, alegando como blanco objetivos vinculados al grupo terrorista Estado Islámico (ISIS) y presuntos «espías sionistas». El ataque, llevado a cabo por la Guardia Revolucionaria, tuvo consecuencias trágicas, resultando en al menos cuatro civiles muertos.
El comunicado oficial de la Guardia Revolucionaria sostiene que los misiles fueron dirigidos hacia un «cuartel general de espionaje» y «una congregación de grupos terroristas antiiraníes» en Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. Según informes iraníes, estos blancos eran utilizados por el servicio de inteligencia israelí Mossad para actividades de espionaje y planificación de acciones terroristas en la región.
Estados Unidos condenó firmemente estos ataques, calificándolos de «irresponsables» y señalando que socavan la estabilidad en Irak. La respuesta de Irak no se hizo esperar, con el Ministerio de Relaciones Exteriores condenando los disparos como un «ataque contra la soberanía de Irak y la seguridad de su pueblo». Además, anunciaron la toma de medidas legales, incluida una denuncia ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
Estos ataques se presentan en un contexto regional ya tenso, marcado por la guerra en Gaza entre Israel y Hamas, así como hostilidades en el Mar Rojo entre los rebeldes hutíes de Yemen y Estados Unidos. La situación es delicada, y los eventos recientes subrayan la volatilidad geopolítica en la región. Irán, por su parte, defiende sus acciones como respuestas a «crímenes» contra la República Islámica, refiriéndose al reciente atentado en Kerman, que dejó 94 muertos y fue reivindicado por el ISIS.
Las tensiones en la región están alcanzando niveles críticos, y la comunidad internacional observa con atención mientras evalúa las implicaciones de estos eventos para la estabilidad global.